"BARNABITAS ESPAÑA"


SAN JOSÉ Y EL NIÑO

 

PARROQUIA SAN JUAN BAUTISTA

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Parroquia San Juan Bautista

SAN JOSÉ Y EL NIÑO

 

La Parroquia de San Juan Bautista de Besós ha sido obsequiada últimamente con dos nuevas imágenes: de Nuestra Señora de los Dolores, donativo de una familia adrianense, en acción de gracias por un favor recibido, y de San José, donativo de una devota familia badalonesa. Que el Señor premie el generoso gesto de estas familias.

 

"... de la Revista Reflejos"

 


PERFIL

De la tribu de Judá, descendiente del gran rey David, nació cuando su familia ya había dejado de reinar y Roma dominaba el mundo. Cumplida su gran misión histórica, se pierden sus noticias en los primeros decenios de nuestra Era, durante el reinado de César Augusto. - Fiesta: 19 de marzo. Misa propia.

Es San José un hombre sencillo, cuya vida se desarrolla en la oscuridad y el silencio. Su única ambición fue ser fiel cumplidor del papel sublime que Dios le encomendó, y en el cumplimiento de su misión -y no en la nobleza de su linaje- es donde se fundamenta su grandeza.

La Encarnación del Verbo es el centro de la Historia. Antes, todo lo prepara; después, todo fluye de ella. Sin la Encarnación la Historia sería un caos.

Los Patriarcas sólo viven esperando el gran día; pensando en él, Abraham se estremece de alegría; con su bendición, Isaac trasmite la esperanza hereditaria a su hijo Jacob; éste eleva a Judá por encima de sus hermanos, porque de él surgirá el Deseado de las Naciones. Moisés es la imagen y el profeta del Salvador. Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, pasan uno detrás del otro, y cada uno da su nota en el gran concierto que los siglos dirigen al Que ha de venir.

Pero sólo José será el delegado de Dios Padre que con plenos poderes estará presente al misterio de la Encarnación. Colocado entre Jesús y María, pierde su originalidad para convertirse en una personalidad oscura, en la que mejor resplandezcan aquellas dos existencias. Toda su gloria está en ser el padre legal de Jesús y el esposo de María. Es una misión excelsa que constantemente colocará a San José -varón justo-, bajo el signo de la fe.

Ya en sus esponsales con María será sometido a dura prueba. Siguiendo la Ley mosaica, por la que se regía el pueblo judío, después de los esponsales -de igual valor jurídico que el matrimonio- José y María no viven juntos, esperando para ello el día solemne de la boda. Él amaba a María, con todo el respeto y desinterés de su alma virgen. No le pedía otra cosa que ser testigo de sus virtudes, la amaba con aquella entrega total y constante de sí mismo que caracteriza al verdadero amor. Pero en un momento dado parece que la constancia de este amor va a romperse. San José ve que su esposa ha concebido, y aunque no duda de la inocencia de María, no comprende tampoco su maternidad. Por ello piensa abandonarla secretamente para no verse obligado a comprometer su honra, revelando el caso, en cumplimiento de la Ley.

Mas el ángel del Señor le explica aquel misterio: "No temas recibir en tu casa a María -le dice-, pues lo que se engendró en ella es del Espíritu Santo".

José entiende ahora cómo en su esposa se están realizando grandes cosas, y cumple lo que el ángel le ha ordenado, recibiendo consigo a su mujer. Él será el velo de su virginidad, mientras el Espíritu Santo forma en el seno de María la humanidad del Verbo.

Su fidelidad ya no conocerá el desfallecimiento, amándola siempre con un corazón generoso. Él trabajará para alimentarla; será su compañero en los viajes, su protector en los peligros; él la guiará a través del desierto, y será su fuerza en el exilio; él la devolverá a su patria cuando la Providencia señale el momento para ello.

En Belén compartirá con ella el gozo sublime de ver nacer al Salvador del mundo, que los Patriarcas habían saludado de lejos y los Profetas habían cantado sin verlo.

San José es más afortunado que ellos y que el mismo San Juan Bautista, contemporáneo de Jesús. Él le lleva en sus brazos, y desde este momento desarrolla ya su paternidad legal sobre el Hijo de Dios.

A los cuarenta días, junto con María, le presenta al Templo. Después de la adoración de los Magos, y obedeciendo el mandato del ángel, toma a la Madre y al Hijo y marcha con ellos al exilio, para salvar al Niño de la persecución de Herodes, en la que murieron tantos inocentes.

Muerto ya Herodes y pasado el peligro, nuevamente recibe José el aviso del ángel para volver de Egipto, estableciéndose definitivamente en Nazaret.

Allí, en silencio, continúa trabajando para cumplir la gran misión que el Padre Celestial le ha confiado. Ve con amor crecer a Jesús, y su felicidad está en serle útil y poder estar a su lado.

Sufre muchísimo el día que le pierde en Jerusalén; pero no es la primera vez que padece por aquel Niño que venía a salvar al mundo.

Todos sus sufrimientos los da por bien empleados para que el Hijo de Dios pueda cumplir su obra redentora. Y cuando Jesús no necesite ya de sus servicios, y esté preparado para lanzarse a predicar la verdad por los pueblos, San José podrá dormirse en paz confortado con las bendiciones de su divino Hijo legal y los cuidados de su esposa.

Él habrá ya consumado su misión terrenal, prestando un gran servicio a la Humanidad. Ahora corresponde a la Humanidad rendirle el honor que le debe.

Él, mientras tanto, continúa su acción protectora velando por la Iglesia Católica -continuadora de la obra de la Redención-, que le tiene por Patrono.

Tal lo proclamó el Papa Pío IX. Pocos años más tarde, León XIII lo declaró Abogado de los hogares cristianos. Benedicto XV, en una preciosa letra apostólica, lo presentó como Modelo a las familias pobres y trabajadoras. Y el Pontífice gloriosamente reinante, Juan XXIII, lo ha nombrado Patrono del Concilio Ecuménico.

 








                   
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